martes, 20 de abril de 2010

Molestia (plus adivinanza).

Abrís la puerta impertinentemente y me mirás con fineza expectante para saber si estoy distraído o atareado. Si estoy en medio de lo relevante, si acaso mi concentración está afilada y, así pues, puede introducirse en los estrechos de la reflexión, vos me escupís a la nuca las tareas más triviales y constrictivas. Quizás seas conciente de que yo quiero desvanecerte con artilugios mágicos, que añoro estar en la equina de enfrente, cuando atravesás mis calles, que anhelo no ser capaz de percatarme de tu existencia. ¿Será esto tu regodeo o tu martirio? No me interesa. Sé , ay, cómo me atosiga saber, que estoy en un perpetuo tiempo de tu mente.
De este modo, al recordarte algo a mí, me buscás con ese hocico arrogante que quiere recriminarme mi olvido. ¡Cómo es que todos los días te atrevés a repetirme, una y otra vez, lo obvio, lo ya sabido y aprendido, lo que debería descansar en el mutismo de lo implícito! ¡Hasta qué punto llega tu molestia en señalarme los pasos a continuar, lo que están remarcados en la arena de mi sendero!
No hay día en que no escucho tus chillidos de animal cabrío y encabronado a través de mis muros. Sé, ay, cómo abomino saber, que estás patrullando los corredores al acecho de mi ofensa. Tu discurso no entiende de juicio, y mis exposiciones más elocuentes se atropellan contra la fortaleza de tu censura delirante, irracional, que meramente pretende mi infamia. No tengo refugio contra tus apariciones, que ultrajan mi angosto perímetro de intimidad. Mis momentos son ajenos, mis conmigos son también contigos, mi libertad y subjetividad es el arrabal de tu imperativo, de tu imperio, de tu impregnación fétida.



Seré curioso lector, ¿a quién le recuerda? ¿En quién está pensando? No me busque segundos candidatos, el primero que pensó es el indicado.

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